“Gran genio dramático” y Genio del renacimiento, se la llegado a decir a Miguel Ángel, quien experimentó, a través de sus creaciones, la posibilidad de llegar al límite en la experiencia del Renacimiento. Prácticamente en todas sus obras podemos encontrar tensión. Su arte se equilibra, pero a la vez es inestable porque pareciera al filo de un rompimiento por los contrastes y la fuerza de los tensiones de los que hablamos. Su obra es universal y en ella hallamos belleza, pero también mensajes; pareciera flotar en un espacio atemporal. Todos los dramas humanos parecieran coexistir en el lenguaje de las formas plásticas de sus pinturas y obras escultóricas.
Miguel Ángel Buonarroti
Buonarroti (Michelangelo) fue un aclamado pintor, escultor y arquitecto católico que, junto con Rafael y Leonardo Da Vinci, fue figura central del Renacimiento. A la corta edad de doce años, entró en el taller de los Ghirlandaio. Su genialidad plástica está presente en el delineado de la figura humana; solía plasmarlas en actitud dinámica de torsión donde los músculos se trazan con gran energía expresiva. Sus líneas y colores son luminosos, resaltando sobre la superficie de yeso fresco en una base de cal y arena, en el caso de la Capilla Sixtina, los colores azules, ocres, rojizos, violetas, amarillos y verdes.
Frescos de la Capilla Sixtina
Miguel Ángel Buonarroti fue quien, por encargo del Papa Julio II, pintó los Frescos de la Capilla Sixtina (“maravilla del renacimiento“, donde se rendiría honor a Sixto IV y es justo ahí donde, aún en la actualidad, la Asamblea de Cardenales lleva a cabo reuniones durante las elecciones de los pontificados. El joven artista tenía alrededor de treinta años cuando, prácticamente sin ayuda, realizó este trabajo que se convertiría en una legendaria obra de arte que narra las historias del antiguo testamento en sus frescos.
La obra se puede contemplar en www.museivaticani.va
Al centro de la Bóveda de la Capilla Sixtina se encuentran las pinturas rectangulares de los motivos bíblicos: la separación de la luz de las tinieblas, la creación del mundo, la separación del mar, la creación de Eva y Adán, el pecado original, el diluvio, el sacrificio y la ebriedad de Noé. A los lados, más abajo, se aprecian los profetas y las sibilas en ocho pinturas independientes. Son ocho lunetos que enmarcan la obra junto con otros cuatro más grandes (los angulares) de la bóveda de la Capilla Sixtina, que representan las historias bíblicas de David y Goliat, Judit y Holofernes, y el castigo de la serpiente de bronce.
Artista en toda la expresión de la palabra
Otra de sus obras, que trasciende en el tiempo y le hacen emblemático, es la monumental Cúpula de San Pedro. Fue el supervisor de los trabajos artísticos en la Basílica de San Pedro en el Vaticano; su inmensa cúpula corona la iglesia principal de la religión cristiana.
Como arquitecto y escultor, Miguel Ángel destacó sobre todo con trabajos como: “La Sacristía Nueva de San Lorenzo” (en Florencia) que realizó alrededor de los años 1530 a 1534, donde se buscaba albergar monumentos funerarios de Lorenzo y Giuliano de Médici.
En esta estructura arquitectónica expresiva, llena de arcos y columnas, así como del contraste entre claroscuros, se refleja el estilo del artista como en otras obras, por ejemplo, en las esculturas de los sarcófagos y tumbas (“La noche y el día” para Giuliano y “El crepúsculo y la aurora” para Lorenzo de Médici), obras escultóricas que no fueron acabadas, pues faltó finalizar el trabajo en las cabezas.
El artista italiano, además de ser pintor, escultor y arquitecto, también fue dibujante, poeta e ingeniero. Nació en 1475 en la República de Florencia y vivió una vida larga, pues falleció en Roma a sus ochenta y ocho años en 1564 por asfixia e infección; se le dio sepultura en la Basílica de la Santa Cruz. Si algo caracterizó a Miguel Ángel fue su perfeccionismo en el trabajo, siendo su trabajo predilecto la escultura (de hecho fue a lo primero a lo que se dedicó y una de sus obras más famosas es “El David”); la pintura llegaría en parte como una imposición del Papa Julio II, que llevaría a la cima al artista con la maravillosa obra de la bóveda de la Capilla Sixtina.